Nocturnidad (Memorias de una modelo I)

Quinto día de competición. Ojalá él no se despierte y no se acuerde de que me ha prometido una nocturna. No quiero, tengo frío. Él no quiso nocturnas. Yo le convencí, me costó tres cenas de argumentos, que su imaginación empezara a funcionar. Eso, y ver al resto de participantes meterse a escondidas. ¿Que habrán encontrado? Y no sé porque a escondidas, si luego se podía seguir el recorrido de cada equipo en tiempo real, viendo hasta en que piedra paran con sus focos. Incluso se especulaba quién era cual y a dónde iba, para mañana seguirle. Ningún buzo aguantaría esa tensión. Y se ablandaría la decisión de NO-nocturnas hasta del fotógrafo más duro.
Pues se acordó, y no hubo forma de echarse atrás. Echando de menos mi ropa calentita, las luces de los bares en los que festejaban todos y en contra de todo mi ser, me tuve que poner el traje desagradable, mojado y frío encima de mi cuerpo calentito. Caminando detrás de él y cargada de trastos esperaba al menos entrar en calor como el lado bueno de todo esto. Me encargó la importantísima misión de llevar su equipo de iluminación súper-delicado (y enorme) por lo cual tenía una mano menos y tardaba en hacer todo, así que el muy traidor ya estuvo en el agua cuando yo todavía buscaba las aletas. Apenas le dio tiempo de ponerse las gafas cuando resopló, sacó la cabeza el segundo suficiente para coger aire, pegar un grito: “!aquí hay gambaas!”… y desapareció.

Efectivamente había gambas: en cuanto sumergías la cabeza encontrabas montones de pares de ojos brillando mirándote. Ojos de todo tipo. Por todas partes. Iba sobrelastrada y tenía que mirar dónde apoyaba el dedo para no pisar a “nadie”. Habíamos quedado que cada vez que encontraría una gamba rara, le esperaría para enseñársela moviendo la linterna. De esa forma perdí el sentido en los dedos y el tacto en las piernas por el frío en un intento de enseñarle la primera gamba Thor. Debido a que si un fotógrafo se pone a enfocar a algo, el mundo debe pararse entero y olvidar que existe, y jamás, pero bajo ninguna circunstancia, jamás interrumpirle al enfocar la foto. Por eso, aunque hubiera encontrado la especie de gamba más rara y buscada del universo, tenía que quedarme con ella, pero sin iluminarla con la luz directa sino alrededor y no perderla de vista hasta que él viniera. Eso en plena oscuridad, con el movimiento del mar de fondo, los brincos y el mimetismo nato de la gamba mantenido durante mucho tiempo, NO es imposible. Pero genera frustración cuando ya habiendo terminado de hacer pedazos la boquilla de los calambres de la mandíbula por frío y orgullosa le enseño el descubrimiento que tanto rato conseguí seguir, y no perdí, y él sigue de largo diciendo:“¡Bleh!

¡El concepto de una inmersión nocturna en un fotosub está mal! ¡Debería replantearse la primera regla del buceo y permitir ir sólo al fotógrafo! Deberían ir solos, ahogarse “pal carajo” y no volver más!…y yo vestida de amarillo como una subnormal, aguantando la hora y media, que la botella no se acaba nunca en esos malditos nueve metros de profundidad, pidiendo a Dios que por favor se le acaben ya las baterías, que no me queda ni pis! ¡¡En una nocturna la modelo PUEDE PERFECTAMENTE seguir al foco de su fotógrafo desde el bar!!! A la mitad del camino me prometo el “nunca más”.

…Y al final salgo más tarde que él, porque…aún así ME MOLA. ME MOLA, ME MOLA.

Alejandra Mencel

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